domingo, 16 de agosto de 2009

alternativas al manicomio: delicados, inestables equilibrios

Alternativas al manicomio: delicados, inestables equilibrios. Mesa Redonda UNPMPM-

Mario Woronowski- Equipo de Capacitación del PREA- Htal. Esteves

“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quien y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

Italo Calvino: “Las ciudades invisibles”

Entre el abuso de poder y el abandono de persona, ¿existen zonas intermedias, alternativas a las prácticas manicomiales, que pueden devenir sustitutivas de la institución manicomial?

Uno de las premisas desde las que se comenzó la construcción del Programa de Rehabilitación y Externación Asistida (PREA) en el hospital "José Esteves" fue que "no todo en el manicomio es manicomio". Se elegía así un camino: comenzar por un trabajo de capacitación orientado a promover prácticas alternativas, generando condiciones de protagonismo de los propios trabajadores; a la vez soportes, víctimas y a veces heroicos resistentes de la maquinaria manicomial.

A nueve años de comenzado, el PREA ha superado con holgura el desafío principal: 70 pacientes externadas viviendo en sus domicilios, con una bajísima tasa de reinternaciones, debieran, junto con otras experiencias desarrolladas en nuestro país y en otros, dejar para la curiosidad histórica cualquier discusión acerca de la presunta necesidad de la persistencia de los grandes hospitales psiquiátricos; o de la titánica tarea de larguísimo plazo y de los ingentes recursos que requeriría sustituirlos. Queda demostrado una vez más – por si hiciera falta - que la asistencia de pacientes con patología mental severa es posible y sustentable sin recurrir a la internación más que como recurso extremo y al sólo efecto de transitar con el debido cuidado situaciones de crisis. Y que esto puede (y debe) hacerse con recursos del mismo presupuesto hospitalario y con el protagonismo del mismo personal antes destinado a asegurar su reclusión.

Como parte de un balance parcial de estos años de trabajo, hay que decir también que el PREA ha dejado atrás la feroz resistencia a que se viera sometido en sus inicios por parte de diversos sectores del hospital. Hospital que sigue allí, más o menos como otros, más o menos como siempre. Ahí es donde comienzan las preguntas:

¿Qué nos dice la persistencia sin conflicto aparente de un dispositivo cuya ideología impugna y su práctica demuestra la iniquidad de la misma institución en la cual se desarrolla?

Las prácticas alternativas en la institución psiquiátrica, ¿tenderán a sustituir el manicomio o serán asimiladas y pasarán a ser parte de él?

El éxito que sin duda significa la instalación del PREA y su aceptación como un recurso válido dentro del contexto hospitalario, ¿no guarda en sí los gérmenes del fracaso de su inicial voluntad transformadora?

En principio, la realidad del sistema de salud no autoriza el optimismo. Basta comparar el ritmo de externaciones asistidas – y por eso sustentables - con las situaciones críticas que llegan al hospital monovalente después de recorrer una larga cadena de desatenciones, para comprender que la internación prolongada sigue vigente como el recurso final con que finalmente se “resuelve” lo que antes no se pudo asistir.

Entonces:

¿Es posible sostener una “buena praxis” clínica dentro de un contexto político e institucional que le es sustancialmente adverso?

Y por lo contrario:

¿Es posible sostener una praxis política “desmanicomializadora” permaneciendo ausentes del territorio de la clínica?

Plantearse esas preguntas nos lleva a una zona de cruces y tensiones múltiples (los inestables, delicados equilibrios) entre los desafíos de la clínica, los horizontes emancipatorios en que queremos inscribir nuestras prácticas, y las condiciones materiales en que estas se hacen posibles.

Sostendremos que la transformación institucional será obra de un sujeto colectivo que desee y sea capaz de sostener esa transformación. Y que será sujeto clínico-político. Ni político desentendido de lo clínico ni clínico desentendido de lo político

Los desafíos de la clínica

La clínica no reemplaza a la decisión política, ni la decisión política reemplaza a la clínica: se establece entre ellas una dialéctica siempre particular. Si se trata de sustituir al manicomio, esto supone poner en práctica herramientas clínicas, y a su vez no hay práctica clínica que no se despliegue en territorios institucionales y políticos . No hay escapatoria: el “contexto”, como dice Ana Fernández, allí “se hace texto”. Ya sea que “cerrar los manicomios” aparezca como el proyecto techno-manicomial de la renacida reacción neo-conservadora (es el caso del “plan” del actual gobierno de la ciudad de Buenos Aires); o que aparezca desplegando una escena apocalíptica con el abandono de pacientes en la vía pública y la caída de cientos de trabajadores en la condición de desocupados – argumento estrella de la reacción gremial corporativa - la respuesta no puede buscarse por el lado más conservador: mantener lo que hay, porque “cerrarlo” sería peor.

Habrá mucho que inventar. O mejor, habrá que seguir inventando. Porque todos los días nuestra gente genera respuestas allí donde parece que ya nada puede hacerse. El desafío que se nos plantea es encontrar esas respuestas apoyados en las mejores tradiciones, rescatando los mejores recursos y levantando los mejores emblemas de cada una de las prácticas involucradas.

El gesto ancestral de la solidaridad entre los humildes, ha sido la forja de las más nobles tradiciones emancipatorias. A ellas habrá que apelar, en defensa de los derechos conquistados por los trabajadores en años de lucha, pero en ejercicio activo de la solidaridad con el semejante que esa misma experiencia de resistencia a la opresión enseña. “Los trabajadores no podemos no estar con los más desvalidos”, se escuchó decir en estos días a una delegada gremial, enfermera en un psiquiátrico.

Los trabajadores, todos ellos, tienen, tenemos, derecho a un mejor destino que oficiar de custodios de un sistema de privación de derechos científicamente insostenible e históricamente anacrónico

En ese sentido, hay que entender “clínica” en el sentido de “el mejor cuidado”: aquel que quien padece tiene el derecho de recibir. Y al mismo tiempo “la mejor práctica profesional”, aquella en la que todo trabajador tiene el derecho de capacitarse y el deber de practicar. Pero si la clínica no recupera allí su dimensión política, quedará inexorablemente aislada como recurso de salvación personal en el marco del “caso”, en un contexto institucional y social que desnudará todo el tiempo su estructural impotencia.

Es desde allí que afirmamos el valor de profundizar y extender los alcances de las herramientas clínicas e institucionales que se han producido a lo largo de esta experiencia. Y es desde allí que sostenemos que esas herramientas atraviesan los campos disciplinarios y los dispositivos sectoriales por los que el padecimiento transita sin poder ser alojado. Y que por lo tanto, interpelan los intentos profesionales y corporativos de disciplinar y apropiarse del malestar, del que la locura tal vez no sea sino su más desesperado y desesperante grito.

Y es desde allí que creemos en sostener la clínica cuando la decisión política aparece ausente o cuanto menos velada. Porque es por un lado resistir la denigración de pacientes y trabajadores, y es también preparar las condiciones desde las que puede interpelarse a lo político con solvencia técnica y conocimiento del campo.

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Las acciones de capacitación se orientarán entonces a trabajar apuntalando al sujeto de la desmanicomialización, trabajando sobre los instrumentos demandados por los procesos de transformación.

Se tratará entonces de sostener la evaluación permanente de un proceso en el que no está garantizada de antemano ni la calidad de la asistencia, ni el potencial transformador sobre las estructuras institucionales, ni mucho menos está asegurada la orientación hacia el horizonte “desmanicomializador” con que fuera concebido.

Los desafíos de la clínica suponen la invención de prácticas de asistencia que sorteen la trampa de haberse prevenido contra el abandono de persona (de ahí que se trate de un Programa de “Externación Asistida” y no de una suelta de locos) para recaer en los abusos de poder.

No todo en la externación es la externación. La estabilización del cuadro psicótico, efecto buscado de la intervención psicofarmacológica, es una meta que no puede dejar de compartirse si se trata de limitar los alcances devastadores de la invasión del espacio subjetivo por el Otro arrasador de la locura. Puede sin embargo – y demasiado fácilmente – caer en el ideal de la normalización y en una clínica del control y la adaptación social.

Por el momento, el uso de los criterios de autonomía y autovalimiento parece conservar cierta potencia crítica en la evaluación del devenir de las pacientes a cargo del Programa. Siempre que sigan sometidos, esos criterios, a revisión permanente. Entendemos por autonomía el trabajo de un sujeto por ampliar los horizontes de un posible proyecto personal, y por autovalimiento la disponibilidad de recursos materiales y simbólicos necesarios para sostenerlo en su existencia. Con esto queremos alejarnos de las concepciones que entienden a la rehabilitación como recuperación o adquisición de hábitos o destrezas propias de la vida social, para darles el lugar de recursos al servicio de algún sujeto que los requiera, en orden a un deseo que lo constituya como tal.

A su vez, la evaluación de las intervenciones de quienes trabajamos en el Programa, requiere de criterios compatibles con la orientación que queremos sostener. También allí, se trata de delicados, inestables equilibrios. Nos orientamos pensando que toda intervención incluye componentes de apuntalamiento y de subjetivación. Su evaluación requerirá entonces de instrumentos que ayuden a estimar la justeza de esa combinatoria.

Parte de nuestra tarea está dirigida a construir y consensuar esos instrumentos.

Los horizontes emancipatorios

La dialéctica PREA – hospital psiquiátrico, habrá de bascular entre los costos que impone una coexistencia inevitable y la lógica del sometimiento como precio de la supervivencia. Entre la acomodación como precio que todo deseo tributa a las condiciones materiales en que se desenvuelve, y la asimilación que supone pasar a ser un dispositivo más en el infierno...” y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más”. Irresoluble en el plano interno, el impulso emancipatorio sólo vivirá si se articula a lo político – comunitario. Y asume, ahí sí, el desafío de volverse parte de él.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Ropajes moralizantes para vestir la vida desnuda. De la impotencia de los curadores a la prepotencia y abuso

Trabajo presentado en el VII Congreso de Salud Mental y DDHH organizado por la Universidad de Madres de plaza de Mayo- 2008

AUTOR: Lic. Claudia Huergo. Psicologa-Psicoanalista. MP:2.034. ME: 438
INSTITUCION : Profesor Asistente UNC. Fac. de Psicología- Cat de Psicoanálisis
MAIL:
psi_claudiahuergo@yahoo.com.ar.

MODALIDAD DE PRESENTACIÓN: MESA REDONDA: PRACTICAS MANICOMIALES: ENTRE EL ABUSO DE PODER Y EL ABANDONO DE PERSONA

OBJETIVO: reflexionar sobre los discursos desde los cuales se justifican las prácticas manicomiales en las internaciones. Evidenciar la función politica y moralizante que se ampara detrás de supuestos técnicos, tomando algunos analizadores institucionales espontáneos

CONCLUSIONES: nuestras intervenciones navegan entre el abuso de poder o el abandono de persona en la medida que para asistir a alguien se lo despoje de sus derechos fundamentales. Los actos profesionales rondan por lo tanto una zona de ilegalidad, que nos vuelve potenciales monstruos.

Ropajes moralizantes para vestir la vida desnuda. De la impotencia de los curadores a la prepotencia y abuso

Ha sido ampliamente señalado que la locura como objeto de conocimiento e intervención va produciéndose en la intersección de discursos y prácticas, por lo tanto, no hay un centro estable de análisis. Ese campo de intersecciones va desde la organización de los hospitales, las cuestiones de higiene pública, las normas burguesas de moralidad, y el proyecto de conformación de un sujeto sociomoral colectivo. Creemos, con Vezzetti, que todo este despliegue discursivo e institucional cumple una función en el ordenamiento social. Y sirve básicamente a la constitución de ideales y valores morales. Es decir, busca constituir un sujeto moral. Por lo tanto, los profesionales portan un mandato normalizador que los ubica, desde su función tecnico-politica, como una “encarnación moderna del moralista y en un paradigma del gobernante”.
Esta función, política y moralizante, aparece recubierta por una supuesta racionalidad científica que hace difícil su cuestionamiento y desnaturalización, a los fines de poder construir una razón crítica que permita ponderar qué de nuestros dispositivos sirven a qué fines. Considero que visibilizando algunos pliegues de la propia disciplina donde esa función moralizante se ampara, así como su entramado en la subjetividad de los profesionales que allí circulan y trabajan, podremos desnaturalizar esas prácticas y avanzar en la construcción de alternativas viables, así como rectificar posicionamientos profesionales que se hunden en dilemas insalvables perdiendo su potencialidad transformadora. A este fin nos serviremos de algunos relatos del devenir institucional cotidiano, que pretendemos hacer funcionar como analizadores institucionales espontáneos.

1° analizador. Los llamaremos: Un lugar para la escoria.
Dime qué te molesta, y te diré qué enunciados políticos-ideologicos subyacen a tu posición.
Esta podría ser la crónica de una molestia cotidiana y hasta anodina, sino no fuera por los ribetes públicos que alcanzó a partir de su publicación en uno de los periódicos de mayor tirada de Córdoba. La noticia es impactante:

Pacientes judicializados en el Hospital Neuropsiquiatrico Provincial de Córdoba atados con cadenas a las sillas. A las camas. Cuando me interno en la lectura de la nota, empiezo a sentir otro impacto: el que provocan en mí los argumentos de los profesionales, que navegan entre una suerte de autojustificación y descargo frente a esta situación que “trasciende” extramuros, y que por momentos viran hacia la denuncia. Pero hacia la denuncia de qué? Y justificación de qué? Veamos. El primer argumento que dan los profesionales es que “así no se puede trabajar” luego “que no son pacientes para estar allí” y que esperan del gobierno “Un lugar de internación para pacientes judicializados” Aparte –continúa la nota- “esto es violatorio de los derechos humanos”. No sabemos si este orden responde o no a un criterio de edición del periódico. Probablemente. Pero es un ordenamiento al fin, y no dista mucho de lo que suelo escuchar en algún debate “sin editar”.
El género de lo que allí se enuncia como causas-efectos-soluciones parece corresponder a una comedia de enrredos –dramática sin duda- al menos para los invitados de piedra (o sea los pacientes internados) que están literalmente inmovilizados.
Volviendo a los argumentos: “así no se puede trabajar” nos surgen una serie de preguntas frente a algo que se revela -por lo menos para mí-, como enigmático:
¿El problema es que no se puede trabajar con pacientes atados? Si se pudiera trabajar así, los dejarían atados?
Este mismo asombro salta a ojos de una colega porteña,[1] cuando en el marco de un Congreso de salud Integral del Adolescente, en el año 2007, profesionales del mismo Hospital presentan un poster titulado ¿qué opinan adolescentes internados en un hospital psiquiátrico sobre su estado? El objetivo del trabajo era conocer “el grado de satisfacción” , cómo se sentían los jóvenes al ser internados por orden de la justicia. Sin entrar a considerar que hablar de “grado de satisfacción” ya suena a humor negro, el dato que “salta” a raiz de esta exposición es que muchos jóvenes dicen que lo que menos les gustaba, aparte de estar encerrados, lejos de sus padres, era “estar encadenados”. Con total naturalidad este dato “pasa” junto a otros, inadvertidos aparentemente para estos profesionales, mostrando evidentemente que el objeto de su investigación iba en consonancia con el acto de objetalizar, y que el que estuvieran atados no era un impedimento al menos para lo que el trabajo pretendía medir.
Esta anécdota complementaria, simplemente para mostrar, -editada o no, hermoseada o no- cual es la ideología imperante en ese como en tantos otros manicomios, privados o públicos.
A partir de esto, caen en la misma pendiente el resto de los argumentos justificatorios mostrando a las claras que el problema no pasa por si se puede trabajar o no con pacientes judicializados, o si es una población que requiera crear otro manicomio donde seguir produciendo nuevos y mejores sistemas de atadura. El problema pasa por otro lado. Para quién trabajamos. Quienes son los destinatarios de nuestras prácticas. Y desde que lugar ideológico-politico lo hacemos. Si no enunciamos esto, corremos con toda suerte de desplazamientos y vías muertas. Por ejemplo hacer del Estado una suerte de entidad superyoica tiránica que nos exige servilidad. Y acomodarnos cómodamente a ese mandato.
Que tantos profesionales avalen, toleren y sean cómplices de actos de esta envergadura, y decidan no denunciarla teniendo el poder de hacerlo, no es un accidente, ya que detrás de ese dominio aparece nuestra formación, de la mano de los hacedores intelectuales de esas políticas. Es esa formación la que prioriza un modelo de practica profesional acorde al ejercicio liberal de la población según el modelo de consultorio, la que señala con quienes se puede trabajar y con quienes no, la que afirma qué población, con qué caracteríticas, sería “inabordable”, inasistible, y de algún modo legitimar que lo único que se puede hacer con ellos es beneficencia, o seguir produciendo depósitos donde no molesten nuestras expectativas de trabajar con una población que sí merezca que nos ocupemos de ella, en lo posible clase media alta, rubia, con expectativas de estudios superiores. Es la misma formación que no enseña que un paciente es o podría ser un objeto pasivo de nuestras manipulaciones. Como la investigación mencionada, donde se trata de medir a los sujetos internados en torno a su consumo de servicios, y que tan satisfechos están o no. Claro que la conclusión aquí no será que el cliente siempre tiene la razón. Estos clientes empobrecidos, y sus razones devaluadas, sólo pueden interesar para nuestro consumo personal de doctorados, congresos y publicaciones. También para dejar claro que se puede transformar a alguien en consumidor o beneficiario sin pasar ni rozando la ciudadanía. O para perfeccionar, laboratorios mediante, las nuevas drogas que puedan operar esa misma sujeción, sin la mala impresión de las cadenas o los cuartos de contención.
Otro desplazamiento que deja a la espera, en el limbo a las necesidades de la población más carenciada, es el postergar un análisis pormenorizado de lo que hay, y se podría refuncionalizar. En lugar de eso, se insiste en “nuevos lugares” donde supuestamente habría lugar para lo que no lo tiene ahora.
Dentro de esa lógica, el nuevo lugar no tardará en reproducir la misma exclusión. Porque detrás del argumento de la supuesta necesidad de hiperespecialización se esconde la trama que muestra que esto es funcional a un mercado de la asistencia en salud mental, no a una necesidad de los asistidos. Sabemos que el sufrimiento humano ha recibido un parcelamiento feroz en síndromes y trastornos al punto que hoy todos somos portadores sanos de algún diagnóstico, diagnóstico que está esperando encontrarse con su práctica medicalizante fetiche correspondiente. Quizá la prueba más contundente de cómo opera ese parcelamiento y supuesta hiperespecialización es que una misma persona tendría que desdoblarse en varias para poder ser asistida, una vez por locura, otra por el consumo de sustancias psicoactivas ilegales, otra como victima de violencia doméstica, otra por tener mas de 19 años. Dentro de esta lógica donde la tratarían por su problema de violencia no pueden hacerlo porque aparte consume sustancias, y así comienza el derrotero que lo único que señala, como un cartel luminoso gigante sobre la cabeza del afectado es “aquí no hay lugar para ud”. Por la vía de este desplazamiento, allá lejos, quedó el grillete atenazando el tobillo del que está atado a la cama. Y su suerte como sujeto, atada a la voluntad de su cuidador-captor que parece tener que realizar complejos razonamientos para ver, finalmente, que “aparte, habría una violación de derechos”. Vemos, al decir de M. Percia, “cómo la racionalidad participa del horror. Cómo traza su ruta entre equívocos, absurdos o lógicas que parecen inofensivas. Cómo, a veces, esa inteligencia realiza sus metas sin estremecerse ante la tortura y la muerte.


2° analizador: lo llamaremos “Invasiones bárbaras”.
Este analizador presenta un contrapunto con el anterior. Esta vez, se trata de retener lo que antes se trataba de expulsar. Los profesionales de un centro de internación de adictos considera que no se pueden “acortar” los tiempos de internación en estos pacientes. Fundamentan esto en argumentos como: “es mejor que esté aquí antes que vuelva a la calle” “aquí al menos está seguro” y finalmente cuando caen los últimos bastiones de ese cuidado intensivo la opción de la internación prolongada se asienta en “hace falta mucho tiempo para remontar tantas adversidades en su vida”.
No es una novedad para nadie que las formas de padecimiento actuales adoptan figuras cercanas al estrago en connivencia con la pobreza extrema, la exclusión social y la marginalidad. Tampoco tendría que ser raro entender, y asumir, que una internación puede ser un refugio de vida transitorio para alguien, despojado muchas veces de los últimos soportes familiares, culturales y económicos que lo sujetan a la vida. Las instituciones receptan ese desamparo, y operan allí un sujetamiento. Para muchos de estos sujetos, entrar en una institución de salud, o incluso carcelaria, es a veces su primer contacto en mucho tiempo con algo que lo ligue de algún modo al Estado, a la ciudadanía, o a la posibilidad de tener un lugar signado por algún tipo de legalidad. Sin embargo, para entrar allí, justamente se lo desviste de sus atributos de vida cualificada, -la poca o mucha que tenga, detente o conserve- para operar otro vestimiento. Con qué se viste ese desamparo? Que viste nuestra terapéutica? Como no parecemos dispuestos a transformar nada, nos conformamos con vestirlo. Pero para eso, primero hay que desvestirlo. Despojarlo de la vida cualificada de acuerdo a los códigos y formas de hacer que porta en función de su medio social, y su realidad de clase, haciendo los profesionales recaer sobre esa realidad y diversidad, una mirada de clase dominante. Pasan a funcionar para esos técnicos como los nadies de los que habla E. Galeano, “que no hablan idiomas, sino dialectos, que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local”. En lugar de cuestionar las políticas que producen esa marginalidad, serán sus modos de estar en el mundo lo que será cuestionado y terapeutizado. Sus modos de marcar el cuerpo, de vivir la sexualidad, todo en ellos pasa a ser abyecto, peligroso. Al decir de Masotta “la abyección sexual queda ligada al dinero y a la jerarquía social, y cuanto más bajemos en esta jerarquía nos toparemos con una sexualidad pensada como más abyecta, y el lumpenproletariado económico, en el escalón más bajo, será a la vez lumpenproletariado sexual.” (Masotta.2008).

El gran proyecto sociomoral que quiere la reconversión o salvación de esas almas, pasará por reconvertir, domesticar, reforzar el lazo con la cultura represora. Para eso habrá que subrayar siempre el riesgo de muerte, que aparentemente autoriza todo avasallamiento de subjetividad, y justificarán el pillaje diciendo que lo que está en juego es un bien mayor. Por lo tanto, se refuerza el lazo con la culpa individual: ud algo habrá hecho para estar así…. Y agradezca que acá le salvamos la vida.
La salvación de las almas siempre es algo que cotiza bien en la bolsa de los milagros, y nos preguntamos si no es un tanto oneroso. Retener a alguien meses, años a veces en una internación, cuando si de salvar la vida se trata probablemente con una cuestión de días baste, para seguir pensando en todo caso estrategias o dispositivos de acompañamiento. Quizá la mayor incidencia de este discurso moral arraigue y prenda en el hecho de que, para transformar el alma de alguien puedo prescindir de modificar en absoluto su entorno, sus condiciones de vida, etc. Es más, mientras más precarias sean, más susceptible de domesticación e influencia.
Bastará con que instale en él el germen de mi propia conciencia de clase, le muestre los beneficios de comportarse de cierto modo, de aspirar a ciertos ideales. Esa moral funcionando al interior de su subjetividad será el lazo que mejor cumpla las funciones de alienación y sujeción a la cultura dominante. Cuerpo y alma, mente y cuerpo una vez más disociados como parte de un proyecto evangelizador. Efectivamente, estos excluídos no tienen la suerte de tener la moral de su lado.
Pero colaboran con el gran proyecto nacional al ser usados -vía la vigilancia, el control, la observación- para producir una conciencia pública, una mentalidad permeable a las solicitaciones de orden y mesura requeridas para la conformación del ciudadano, en palabras de Vezzetti. ¿Será que hace falta que haya monstruos para que otros añoren una ciudadanía servil? Qué sería una supuesta alma sana en un cuerpo que tendrá que aceptar con pasividad seguir inmerso en los mismos atravesamientos que lo produjeron como escoria, como desecho? Aquí los técnicos dirán que su jurisdicción ya no llega hasta allí. Ellos sólo tratan asuntos del alma.

Lo rechazado de todos lados, retorna en los cuerpos

De este modo quedaría temporariamente quedaba saldada la paradoja. Supuestamente podríamos irnos a casa después de un largo día de trabajo, con nuestra alterada conciencia de clase, un poco más apaciguada. Habiendo dejado a los bárbaros cocinándose en su cultivo de hombres nuevos. Esperando hacer de ellos una clase media con aspiraciones universitarias. Esperando que abracen, definitivamente, nuestros ideales de clase, no porque puedan ejercerlos, sino al contrario, porque eso les destaca su inadecuación, los silencia, los pasiviza. “….prefieren entonces no hablar puesto que no tienen otra moral de la cual extraer juicios sobre sí mismos que la moral dominante” ….”esa moral que les viene de afuera …sin la cual parece no existir el lenguaje….los rechaza hacia fuera del lenguaje….es esa moral que han interiorizado y los sumerge en la más pura y horizontal pasividad” (Masotta, 2008)

También lo rechazado retorna en el “cuerpo profesional” que es parte del proyecto, del sostenimiento de ese sistema custodial. Son los otros cuerpos, que transitan y conviven unas horas al día con esa realidad. Baste mencionar ese cuerpo atravesado por el llamado burn out, desinvestimiento masivo de la tarea y funciones, estereotipia, sometimiento, voluntarismo que los deja en la impotencia y de ahí al ejercicio de la prepotencia sobre otros hay un solo paso. Rencillas, intrigas, acusaciones y culpas cruzadas con compañeros de trabajo son moneda cotidiana al no poder situar institucionalmente y estructuralmente los determinantes de la crisis. El campo de deportados, como una gran mancha de aceite, nos comprende a todos, invade y paraliza la propia subjetividad del trabajador, que se vuelve parte de esa maquinaria, quedando en el lugar de la complicidad y colaboracionismo, situados y enquistados en esa práctica común y rutinaria del horror, ávidos de obedecer y cumplir órdenes, sin dudas, sin preguntas, asistidos por una suerte de razón disciplinada. H. Arendt llamó banalidad del mal a esa práctica rutinaria

Para concluir:
Avanzamos un tramo en el planteo si nuestra asistencia y prácticas dejan de situarse en la desmentida y en la omnipotencia. Avanzamos otro casillero si entendemos que cada vez que se produce una suspensión de garantias individuales se produce un campo de deportados. Y que esta suerte no afecta sólo a la víctima-paciente sino que nuestros actos quedan allí soldados a una ilegalidad. Por lo tanto, al transitar esa zona de excepción, nos volvemos potenciales monstruos. No importa en qué bien mayor tratemos de fundamentar nuestros actos. Sistemáticamente quedaremos del lado del abuso de poder o del abandono de persona. Por último, avanzamos considerablemente si entendemos que cualquier proyecto, incluso terapéutico, que navegue por esas aguas podrá convertirse en un engendro totalitario, que transforme al potencial refugio de vida en un lugar donde sea imposible vivir. Para unos y para otros.

Referencias bibliograficas:
-H. Vezzetti: “La locura en Argentina” Ed. Paidós
-O. Masotta: “Sexo y traición en Roberto Arlt”. Ed. Eterna Cadencia
-M. Percia: La cuestión política como vacío disciplinario: No todos somos cualquiera. www.campogrupal.com.ar
-G. Agamben: Homo Sacer III. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Ed. Pre-textos, Valencia 2000 “



[1] La situación es denunciada por Susana Toporosi a la presidenta de la Sociedad Argentina de Pediatría, organizadora del mencionado congreso. Tanto la carta como el comentario del suceso figuran publicados en la revista Topia N° 51 con el título de “Prácticas medievales en la salud pública con adolescentes”. Nov 2007-Marzo 2008

El engranaje manicomial y la violacion de derechos humanos: el secuestro de persona

Trabajo presentado en el VII Congreso de Salud Mental y DDHH organizado por la Universidad de Madres de plaza de Mayo- 2008

AUTOR: ROSA B. LOPEZ (Lic. En Psicología. Mat. Prof.: 285)
INSTITUCIÓN: CASANDRA (Asociación Civil sin Fines de Lucro. Personería Jurídica Nº 031 “A”/04)
DIRECCIÓN: Pablo Mirizzi 818 Bº Pque. Vélez Sarsfield (5016). Ciudad de Córdoba. Provincia de Córdoba.
TELÉFONO: 0351-4684988 E-MAIL:
lacasadecasandra@yahoo.com.ar
EJE: LOS MANICOMIOS: EL ARRASAMIENTO DE LA SUBJETIVIDAD.

MODALIDAD DE PRESENTACIÓN: MESA REDONDA: PRACTICAS MANICOMIALES: ENTRE EL ABUSO DE PODER Y EL ABANDONO DE PERSONA

OBJETIVO: Instalar en el espacio público la discusión y reflexión crítica sobre la situación de avasallamiento de derechos de las personas con problemáticas en salud mental.
CONCLUSIONES: El secuestro de persona y la pérdida de libertad, poder de decisión, la desubjetivación, esta aún vigente en la salud mental de la mayor parte del territorio argentino. Sólo con una decisión política del estado nacional y la de cada provincia y el trabajo mancomunado de todos los trabajadores de la salud mental bregando por ello permitirá la erradicación de estas prácticas.


EL ENGRANAJE MANICOMIAL Y LA VIOLACIÓN DE DERECHOS HUMANOS: EL SECUESTRO DE PERSONA

El tema de la locura desborda los temas psiquiátricos y por lo tanto, de la enfermedad mental. Lo desborda cuando tratamos de desentrañar las cuestiones ideológico-político-económicas que sustentan marginaciones, proyectos de salud y de desarrollo social en un país, en este caso el nuestro.
Sostengo con Hugo Vezzetti que: “ No hay una entidad anómala que develar por detrás de sus modos de manifestarse, y que persista autónoma, respecto de las figuras y las sanciones que sobre ella establecen los discursos y las prácticas”(1)
Digamos que las políticas de salud refuerzan y reflejan, sostienen la política de Estado. Las políticas de Estado están alineadas al poder mundial y algunas muy pocas intentan desmarcarse. Históricamente la locura, su lugar, tiene que ver con lo que ocurre a nivel social, cultural, político en una sociedad dada.
Los modelos de normalidad van a ser atravesados por estas cuestiones ideológicas
Hay ciertos valores que el poder necesita se transmitan a través de sus voceros y súbditos, gobernantes o comunicadores.
Cuál es entonces la necesidad, cada vez mayor que el sistema muestra, de discapacitar al diferente, al que no encaja de lleno en determinados parámetros sociales que determinan lo que es bueno o malo, lo que es permitido dentro de la norma o no, lo que es sano o enfermo.
La política va dirigida supuestamente al necesitado que tiene así acceso a la asistencia, en la medida que renuncie a considerarlo como un derecho, dice Hugo Vezzetti. El punto es que tiene el derecho a la asistencia, pero con ello, al ser encuadrado dentro de la minoridad jurídica y la acción tutelar, pierde todo otro derecho de ciudadano y con ello queda de allí en más sujeto al engranaje creado a tal fin.
La discapacitación de la persona la descuartiza al momento: La dirección de Discapacidad que se va a ocupar a partir de ese momento supuestamente de todo lo que atañe a la atención del llamado discapacitado funciona dentro del Ministerio de Desarrollo Social, lo que marca el carácter asistencialista del mismo, pero si interviene la justicia, la policía, si hay alguna crisis allí aparece Salud Mental. Es más quizá en algún hospital se consideró prudente discapacitarlo para que el paciente obtenga a cambio cobertura de por vida.
¿A quién le conviene esto?
Lo que quiero señalar es que hoy siguen funcionando los grandes psiquiátricos y que también su población en su gran mayoría son sujetos provenientes de los sectores de más escasos recursos. El problema fundamental no es que sigan funcionando, porque en realidad se pueden refuncionalizar paulatinamente hasta convertirse en un hospital general con camas para personas que necesitan una corta internación en salud mental que es lo que proponemos. Para ello es necesario una decisión política. Pero el problema es que siguen oficiando de lugar de reclusión, de secuestro en el que la autoridad del médico, psicólogo, etc, aplasta la voluntad y la libertad, la vida toda de esa persona.
Pero también la justicia cae sobre la gente de sectores empobrecidos, de los que no se animan muchas veces a reclamar la justicia que corresponde que esos magistrados impartan para el conjunto del pueblo y no para los que para decirlo con pocas palabras, les pagan y hacen que ocupen esos lugares y los conserven.
Los que cuentan con mutuales tienen cubierto, por lo general, un tiempo de internación en un manicomio privado. El manicomio privado de hoy en día es un lugar donde no se respetan los más mínimos derechos humanos, guiados por esta política del encierro, de la pérdida de la capacidad de elección y de autonomía. El paciente es para ellos un objeto pasivo de sus manipulaciones. No se lo puede ver sin autorización que generalmente sólo se da al familiar directo., acotado a un día y horario fijado, después de 15 días sin visitas. No hay amigos, no hay acompañante. No hay para ellos transferencia forjada anteriormente con este o con su psicoanalista o terapeuta que se respete. Con este criterio de internación no podemos pensar que la terapéutica siga otros parámetros.
Lo que se hace con él es verdaderamente un secuestro de persona ante lo cual la familia generalmente no se anima a reaccionar o asiente – no hay madres del dolor para hijos secuestrados en psiquiátricos o más aún secuestrados con venia judicial. Quienes piden que esos señores den cuenta de lo que están haciendo con su hijo. Informes –como en UTI- fotocopias de HC. Nada. Peor que en una cárcel.
Cuando interviene la justicia es para minar aún más las posibilidades de esa persona.
Apenas comenzamos a andar nos topamos con las políticas de salud en la que la salud mental se resuelve en encierro: que no moleste, que no grite, que no muestre, que no llore, que no sufra a cielo abierto, en la calle, en su trabajo, en su colegio, en su casa... Al que sufre se lo acalla aislándolo. La política represiva está intacta en el campo de la salud mental. Si estás mal, pastillas, cantidades de pastillas. No me importa lo que tenés para decir. Te escucho un rato para diagnosticarte y decir: está paranoide, depresivo, muy ansioso, delirante, esquizofrénico y ya está. Empiezo con el chaleco químico que muchas veces los familiares me ayudan a colocar. Todos los días, durante años. Es muy práctico, fácil. Sólo tiene que venir el familiar a buscar la receta y listo. Si no pasa nada con esto –cuando la familia no puede porque el sufrimiento es compartido por todos- Se lo interna. Si una madre y un hijo sufren, internan al hijo amenazan a la madre –como si pasara por allí la escucha, la posibilidad- que le van a quitar el hijo, lo van a mandar a un instituto. ¿qué es esto? Estamos hablando de cosas que ocurren en psiquiátricos privados por ejemplo, en mi provincia. Si la madre comparte la locura con el hijo, si algo se desanudó en ese lazo o se anudó de esa manera ¿esa es la respuesta?
También ocurre en mi provincia que un Juez Penal ordene la internación de un menor en el Hospital Neuropsiquiatrico, a cargo de él, porque rompió un par de vidrios de casas vecinas en una crisis que nadie averiguó por qué sobrevino; ordene pericia psiquiátrica –del menor por supuesto, solo, no del grupo familiar, no para ver qué está pasando en esa familia que este menor se ha tenido que hacer cargo de la locura familiar-.
Pichon Rivière dice en el proceso grupal que la locura es la expresión de nuestra incapacidad para soportar y elaborar un monto determinado de sufrimiento y que de lo que se trata es de una familia enferma. Pero a la vez esa enfermedad familiar no es sino la expresión de un conflicto surgido en su seno soportando las presiones y el malentendido del medio social. El paciente es el denunciante o alcahuete.
Cito: “También mi trabajo me permitió pulsar el notorio abandono, crónico, la incomunicación total en que se encontraban los enfermos. Situación que no ha cambiado, como tampoco ha cambiado la escasez general de profesionales, el magro presupuesto, las pésimas condiciones ambientales en las que deben desarrollar los internos su vida cotidiana. Pero no son elementos aislados, todo ello es parte de una concepción de una ideología”(2).
Dejemos hablar aún a Pichon: “El criterio de salud vigente, criterio de competencia social, como condensación de ideas, es condensación de ideas de la clase dominante, funcional con sus intereses objetivos. Y como condensación de la ideología dominante tendrá el carácter ocultante y mistificador que le confiere a esa ideología su papel en la lucha de clases.
“Quien rompe alguna de estas normas, la jurídica y la de salud (y en cierto modo también, es cierto, las normas estéticas), ligadas por su origen común, (relaciones sociales, relaciones de propiedad) y una función compartida ( control social) se hace acreedor, en nuestro sistema, a la misma sanción social. O sea, marginación y descalificación sistemática de sus actos y pensamientos. “La reclusión en el hospicio es, de hecho, una forma concreta que asume esa marginación , esa sanción. “Podemos afirmar que existen hoy dos formas de ley: la escrita, codificada, que constituye el orden jurídico y expresa la voluntad de una clase en el poder, y otra forma de ley, coherente con la anterior, que implica el criterio de normalidad a partir de la cual se juzga – calificándola o descalificándola- la conducta de los sujetos. Esa ley no escrita es también expresión de intereses de clase.(2)”
Pichon Rivière hacía de esta manera política, se convertía en el alcahuete de una forma de trabajar con la locura totalmente obsoleta, pero que está mantenida a rajatabla por la política estatal. Por eso la oposición que recibió su trabajo hospitalario y el forzamiento a que se vaya con su trabajo innovador a otra parte.
Para el joven a disposición del juez penal le cupo el secuestro en un hospicio. Hasta el momento en que fue privado de su libertad, silenciado, había estado atendido por un equipo interdisciplinario que nunca fue convocado, no les interesó, no hay investigación de eso. Ellos tienen un perito para juzgar a ese menor, no para ocuparse de él, no para asistirlo. Ellos hablan de peligrosidad. No se escuchó al equipo, no se le preguntó su opinión profesional –el que daba diagnóstico era la persona del Juzgado-. “ Es esquizofrénico, es incurable, decía el secretario del juez, hasta el asesor letrado de tribunales. Tiene que estar encerrado”. El hospital como lugar de reclusión. Claro. Ellos están para mantener todo en paz, no para ocuparse de las personas que sufren. A las personas que tienen problemas psíquicos se los condena de por vida, aunque tengan 18 años. Aunque no tengan antecedentes. Aunque haya equipos profesionales dispuestos a hacer algo por él.
¿Qué hacen las autoridades provinciales frente a esto? Porque a donde lo quieren confinar de por vida es a un manicomio provincial. Porque además uno de los equipos que estaba trabajando hasta ese momento con él intensamente, era una dependencia de salud para jóvenes. ¿Los manicomios son lugar de condena para los jueces o de tratamiento? Una persona que rompe algunos vidrios, declarada peligrosa para sí y para terceros, merece la cárcel manicomial de por vida a los 18 años? No estamos hablando de una tira televisiva con mucho raiting, estamos hablando de algo que ocurrió hace algunos días en Córdoba. Esas noticias no salen en los diarios y en la televisión. Ellos están para hablar de la juventud que roba y mata. Hasta ahí la noticia. No dicen de qué manera están acorralando a esos jóvenes para que encuentren ese único resquicio que está ofreciendo sus gobiernos.
A otro joven de apenas 17 años que había comenzado su 1º año en un colegio secundario se lo ha diagnosticado de Trastorno Generalizado del Desarrollo.
Nuestros jóvenes están a merced de los diagnósticos y de las condenas a encierro por estar sufriendo, por pertenecer a un grupo familiar atravesado por la angustia, la desorientación generalizada, el fracaso y la marginación social. Nuestros adultos han padecido esto de jóvenes y nuestros ancianos llevan una vida entera de marginación.
Se discapacita la desadaptación social de niños y adolescentes, se los medicaliza.
Traigo las palabras de Vezzetti cuando dice: “La figura del loco va requiriendo una distancia que está hecha tanto por la discriminación que aporta la nosología francesa como por una ajuste en la noción misma de locura, cada vez más amasada con los temas morales de la improductividad y la rebeldía(1)
¿Con qué fundamento, con qué marco conceptual sostiene el estado semejantes políticas de Salud Mental hoy, es decir qué marco conceptual sostiene la ideología del poder mundial para someter a una persona a ser menos que un animal doméstico?
Sostenemos lo que Marcelo Percia decía a propósito de la posición que Paulo Freire tuvo y transmitió en educación y que vale para salud y salud mental como parte de la misma, que dicha posición representa una política, una mirada de la educación como práctica de la libertad, una crítica de los instrumentos que gobiernan las conciencias de los que trabajan. Entonces ¿cómo no tomar nosotros también en cuenta la formación, la ideología con que han sido instrumentados los TSM –precisamente no como TSM sino como especialistas marketineros cada vez más especializados y titularizados?
Los médicos, como expendedores de medicamentos son necesarios para las multinacionales que fabrican estos medicamentos. Si se comienza a hacer otra cosa en los psiquiátricos, en la salud mental de toda la población, cada vez más consumidora de psicofármacos ¿quiénes se verían perjudicados? Cuanto sostienen los laboratorios las políticas de salud? ¿cuánto obtienen los funcionarios y profesionales por sostener estas políticas que le dictan los grandes monopolios?
Entonces no es por perder su puesto de trabajo que se oponen algunos profesionales a un cambio de política, avalados y apretados por funcionarios de distinto pelaje, sino por ser personeros rentados de los que dictan esas políticas.
Por ejemplo Macri: de dónde saca su política de salud mental, quién se la dicta? Un negocio redondo con visos de Desmanicomialización: convertir los grandes psiquiátricos en psiquiatriquitos, pequeños manicomios en donde se siga sosteniendo la medicalización de la Salud Mental y por otro lado, un negocio inmobiliario para grandes inversotes.
Pero hubo en Argentina políticas de salud en gobiernos democráticos que apuntaron a otra cosa y que fueron pioneras en salud.
A principios del siglo XX la salud mental estaba vinculada a lo que se llamó higiene social. El ensamble de estas dos palabras da una clara visión de lo que se pretendía hacer: combatir a los que ellos consideran que perturban el orden social y que podrían provocar un daño a la comunidad, atacando –porque esa es la intención, no la de intervenir para dar una solución- a las personas que se consideran perturbadoras como prostitutas, alcoholistas, cirujas, mendigos y locos. “La autoridad sanitaria a través de leyes, ordenanzas y la creación de instituciones adecuadas sería la encargada de resguardar a la población respetable del flagelo moral”(5).
Hasta el primer gobierno de Perón los hospitales estuvieron en manos en parte del Estado y en parte de la Beneficencia para cumplir estos cometidos.
El 23 de mayo de 1946 se Crea la Secretaría de Salud Pública en lugar del caduco Departamento de Higiene y es designado Ramón Carrillo a cargo de la misma. En 1949 se transforma en Ministerio de Salud Pública
Dice Arzugaray: “Déficit de camas y de hospitales, defectuosa distribución de los mismos, falta de personal técnico, bajas remuneraciones, desabastecimiento en rubros elementales, ausencia de sistemas administrativos que permitieran conocer los recursos humanos y materiales disponibles, inexistencia de seguros sociales y de regímenes previsionales, etc, configuraban el panorama de los primeros problemas a enfrentar(...) los enfermos mentales eran hacinados en manicomios de características medievales.(6)”
Decía Carrillo hace 57 años en Teoría del Hospital, tomo I, pag. 26 y 27”Mientras los médicos sigamos viendo enfermedades y olvidemos al enfermo como unidad psicológica y social, seremos simples zapateros remendones de la personalidad humana”(6).
Ramón Carrillo considerado el padre del sanitarismo en Argentina, que revolucionó la salud pública en la década del 40 y que lamentablemente luego fue abandonada y exterminada durante las distintas dictaduras que padecimos desde entonces, no podía dejar afuera ni mucho menos lo atinente a la salud mental. Él “quería encontrar caminos y procedimientos viables para mejorar las técnicas utilizados hasta entonces en tratamientos psiquiátricos”(6).
Carrillo observó que sus amigos –“enfermos mentales” que eran sus huéspedes en su casa- aprendiendo a plantar correctamente árboles, podían tener grandes progresos. Yo creo hoy que es el interés puesto por Carrillo, la conversación diaria, el lugar distinto que ellos ocupaban en la quinta lo que provoca el progreso.
Carrillo quería técnicos, que no fueran ni el médico ni el enfermero para que “conviviera y compartiera con el paciente las diferentes preocupaciones y ocupaciones de la vida diaria. Que no se convirtiera en un “organizador” de la vida del enfermo, sino en un orientador que comprendiera y le ayudara a canalizar sus inquietudes.”(6)
Carrillo se encontró con el enfermo mental que era considerado un crónico hacinado en los hospicios y además ocupando camas en hospitales generales, sin camas ni atención para los enfermos agudos. A partir de la implementación y de los cambios que la política sanitaria propuesta devengaron, Carrillo hizo un replanteo de fondo para solucionar los problemas de salud mental: reorganizar las colonias existentes con la aplicación de modernos conceptos terapéuticos y proponiendo una distinta actitud del médico psiquiatra frente al paciente, la habilitación de un sector psiquiátrico en los principales hospitales del país, propiciar la colocación domiciliaria de enfermos mentales, evitando el hacinamiento en condiciones infrahumanas que se registraba en el Borda, Moyano, los de la provincia de Buenos Aires y Oliva, atención en el lugar más próximo a su domicilio para evitar su cronificación. La formación de los psiquiatras en nuevas formas de trabajo, redundaría para Carrillo en una reducción del tiempo de internación. Y fundamentalmente haciendo de la medicina una medicina social, integrando los problemas que sufre el sujeto en todos los aspectos de su vida. Además proponía el trabajo en conjunto de enfermeros –formando a los mismos- terapistas, trabajadores sociales.
“La falta de historia puede tener ventajas, por ejemplo uno puede sentirse siente joven” dice Alejandro Vainer en “El cuento de la buena interdisciplina” Y también: “Pero hoy volvemos a leer lo mismo y sin cita alguna a proyectos del pasado”(7) Y si, y no creo que sea para sentirnos más jóvenes o mas creativos. Esto es política, estar tirando abajo proyectos, personas que han intentado reformular un proyecto de salud integrado como no puede ser de otra manera a un proyecto político..
Dice Vainer finalizando el artículo:
Leo en otra Revista:
“En nuestro país no están organizadas, por desgracia, las estructuras que puedan poner en marcha una política sanitaria de higiene mental. Salvo tentativas aislada, una actitud declamatoria reemplaza la planificación que debería existir, y sobre todo, carecemos de técnicos que entienden este problema, muy distinto del ejercicio individual de la psiquiatría. Las actividades que fomentan y protegen la salud pública se ejecutan sin un programa explícito o implícito de higiene mental, y es de lamentar que la mayoría de los médicos y trabajadores sanitarios carezcan de nociones sobre la trascendencia de los problemas.
Me gustaría que la frase fuera de hoy, pero pertenece al Editorial de Acta Neuropsiquiátrica Argentina de 1960(7)”.
No se a quien pertenece esta editorial, pero parece escrita por Carrillo, claro que unos años antes, porque a esa altura ya estaba muerto.
Luego del período de Carrillo, esas “experiencias piloto” en el Estevez en la provincia de Buenos Aires, la Comunidad terapéutica de Federal en Entre Ríos, la Comunidad terapéutica en Santa María en Córdoba, podemos decir que no formaron parte de un Plan Nacional de Salud Mental y de una verdadera política renovadora en salud y salud mental. Pero dejaron la semilla en el trabajador de Salud Mental de que era posible otra forma de plantear las cosas.
A pesar de no ser tenido en cuenta por ninguna de las posteriores políticas de salud mental, como antecedente válido, durante el gobierno peronista inaugurado en 1973 estuvo como interventor del Instituto Nacional de Salud Mental hasta el 76 el hermano de Ramón Carrillo, Arturo Carrillo. Al asumir su dirección, el Dr. Arturo Carrillo expresó: "...la Salud Mental no es simplemente una especialidad médica. Estamos convencidos que la misma no debe limitarse exclusivamente al aspecto clínico psiquiátrico, ya que ella es más amplia y compleja que lo que aparentemente pareciera; por lo cual la enfocaremos desde un punto de vista multidisciplinario. Sus múltiples acciones no deben terminar en el hospital o colonia psiquiátrica, sino que deben estar implícitas en las áreas de la educación, trabajo y justicia, así como también en la promoción de la salud tanto individual como colectiva, como en la investigación de factores que puedan traer aparejados deterioros socio-económicos y culturales, en diferentes grupos sociales".
Antes de plantear el Sistema de prevención psiquiátrica que propone hay una cita de Ramón Carrillo: “nuestros viejos loqueros fueron en este sentido, una estiba de insanos de los que, lo único que interesaba era su clasificación: lo que Natura no daba, la ciencia no ayudaba. Es lo que yo le llamo la Psiquiatría de los Estados Terminales, frente a la cual opongo la Psiquiatría de los Estados Iniciales o Psiquiatrái Preventiva”(9).
El Plan Nacional Salud Mental formó parte del Sistema Nacional Integrado de Salud. En el mismo por lo tanto se priorizó la primarización de la atención, lo que se llamó la prevención psiquiátrica. Otro tanto ocurrió durante el gobierno de Alfonsín donde también hubo una dirección nacional de Salud Mental donde hubo una planificación de la salud y la salud mental orientada hacia los grandes sectores poblacionales. En estos tres casos de políticas de salud y salud mental, lo común ha sido que de entrada los gobiernos implementaron dichas políticas dando lineamientos nacionales y presupuesto para que las provincias pudieran llevarlo a cabo. Esto no volvió a suceder en estos últimos 18 años. Lo contrario a una política de salud que contemple y abarque la significación del sujeto en todos sus aspectos es el secuestro de persona, la precarización de la vida, la utilización del otro como consumidor o como objeto obsoleto y descartable.



























BIBLIOGRAFÍA

1-Vezzetti H. La locura en la Argentina 1985 Ed. Paidós
2-Zito Lema V. Conversaciones con Pichon Rivière sobre el arte y la locura Ed Cinco 1992
3- Pichon Rivière E. Del Psicoanálisis a la Psicología Social Ed. Nueva Visión 1987
4- Percia M. Deliberar las psicosisEd. Lugar 2004
5- Universidad I Salud www I Salud.com.ar
6-Arzugaray R Ramón Carrillo, el fundador del Sanitarismo Nacional Biblioteca Política Argentina 225/ 226 Centro Editor de América Latina 1988
7-Vainer A. El cuento de la buena interdisciplina Memorias para el futuro 3 en Historia de la Salud Mental en Argentina www.topia.com.ar
8- Carpintero E. Vainer A. Las Huellas de la Memoria Ed. Topía Tomo I (2004) Tomo II (2005)
9- Neuropsiquiatría Organo oficial del INSM Año V Nº 2 Octubre- Diciembre 1974

El hombre Lobo

Trabajo presentado en el VII Congreso de Salud Mental y DDHH organizado por la Universidad de Madres de plaza de Mayo- 2008

NOMBRE DEL AUTOR: Dra. Alejandra Zurita- Dr Sergio Berkowsky
INSTITUCIÓN: CENARESO
E-MAIL:
alejazurita@gmail.com
ÁREA TEÓRICO/PRÁCTICA: NUEVOS DISPOSITIVOS
EJE: LOS MANICOMIOS: EL ARRASAMIENTO DE LA SUBJETIVIDAD
MODALIDAD DE PRESENTACIÓN: MESA REDONDA: PRACTICAS MANICOMIALES: ENTRE EL ABUSO DE PODER Y EL ABANDONO DE PERSONA



El hombre lobo

El siguiente es un experimento epistemológico. Como tal, pretende reproducir mediante la narrativa de algunos artefactos de saber experiencias, hallazgos y concatenaciones provenientes de la experiencia clínica. Si tenemos éxito, llegaremos al mismo resultado, aunque es difícil saber si con ello habremos demostrado algo.
De otra parte la alocución experimento epistemológico tiene algo de sinsentido, como un chiste. Aunque si es un chiste puede decirse que en algún nivel, ya ha adquirido algún tipo de validación, al menos epistemológicamente hablando.
La emergencia en el marco del tratamiento de la cantidad de afecto y las formas en que dicha cantidad se manifiesta se asocian generalmente a nociones generales de neurotransmisión, a las que se atribuyen los eventos clínicos que más frecuentemente convocan a la intervención psicofarmacológica. Dichas atribuciones están fundadas en hallazgos producidos en membranas biológicas artificiales y luego replicados en experiencias con animales de experimentación cuyo modelo es finalmente extrapolado a la experimentación humana. No negamos ni menospreciamos el valor de los asertos que se concluyen por dichos métodos, ni tampoco el saber así obtenido.
Antes bien intentaremos circunscribir estos eventos en sus manifestaciones subjetivas, en tanto sensaciones y experiencias (cuyo estatuto se formalizará en la transferencia) en relación a las cuales intentaremos esclarecer el papel que podría jugar en ellas la medicación.
Contamos entre estas manifestaciones las dificultades derivadas de la propensión a la hipnosis (que es la palabra utilizada para denominar a los medicamentos que inducen el sueño), la ansiedad, la alucinosis, la timodislepsia y la epilepsia.
La elección de estos términos obedece a razones tanto de índole clínica como de índole formal. Apuntan a especificar la meta del fármaco en la constelación de factores que sitúan la oportunidad de su indicación, sus alcances y su eficacia.
Al hablar de constelación de factores no hablamos de síntomas, no sólo para usar una terminología rebuscada, sino para aclarar, desde un principio, que el psicofármaco tiene eficacia en diversos niveles de la experiencia sensorial, instalando un tiempo subjetivo actual, diverso del histórico, lo que es necesario calibrar en cada circunstancia particular.
De otro modo, la experiencia terapéutica participará de efectos indeseables que se sumarán a aquellos que el medicamento porta por su constitución.
La idea es brindar elementos para sopesar los alcances de la terapéutica psicofarmacológica, sus indicaciones clínicas, sus costos y sus beneficios, circunstancias las cuales delimitan un tratamiento del cuerpo que es precisamente el objeto de nuestro experimento, o para ser más precisos, de nuestra experiencia.
Partiremos de lo siguiente: el objeto de la psicofarmacología supone un substrato orgánico de lo mental, según el cual, lo mental tendría asiento en algún locus en el cuerpo. De quedar esto demostrado, su verdad sería inexpugnable; se arribaría a una redención de lo mental por la ciencia. De momento su acción se limita a la salvación del dolor emocional el cual recibe un tratamiento similar al dolor físico: su desaparición en tanto síntoma sino instantánea, lo más instantánea posible.
Salvar y redimir son cosas diferentes. Hay en la redención una subversión de la relación del sujeto al tiempo y a la ley que la salvación no implica.
Redención implica tanto el final del tiempo histórico como la caducidad de la ley. De este modo, la aspiración de la acción farmacológica es la terminación del padecer con prescindencia de la matriz histórico-vivencial del que ese padecer es tributario así como del posicionamiento respecto del Real en el cual es constituido. Si se redime al sujeto de su padecimiento mental, se lo libera de su condición subjetiva cualsea y, salvo que entretanto haya alguna otra a disposición, se vacía la bañera con el bebé de su humanidad.
Pero si en cambio, el medicar toma en cuenta las coordenadas de posición subjetiva histórico-vivenciales, es muy posible que logre salvar al sujeto de un mal peor. Lo hará en la medida en que renuncie a su pretensión de curar, lo que es imposible para un medicamento pero sí para quien lo indica. Pues tanto quien lo prescribe como quien lo recibe participan de una trama cuya matriz implica a ambos, incluso y para comenzar, en tanto que cuerpos (¿es necesario traer a colación el cuerpo del redentor?).


Hoy por hoy todos participan a pie juntillas de es posible para el autómata del apólogo de Benjamin ganar todas las partidas[1]. Ello llega al extremo de negar, por todos los medios al alcance, que se trata de una ilusión. Entonces, el destino del enano que maneja los hilos es en el discurso el mismo que el del caldero en el cuento judío:

El enano nunca existió
El enano era un fraude
Y además el enano está muerto.

Llamemos en el caso que nos ocupa neurociencia al autómata y psicoanálisis al enano y tendremos el cuadro completo. Eso sin olvidar que tanto en el psicoanálisis como en la teología política es la soberanía lo que está en juego. Algún día habrá que ocuparse algo más sistemáticamente de la soberanía del sujeto (a su modo Bataille ha comenzado a hacerlo) ya que al desentenderse del tiempo en aras de la inmediatez se desanuda la historia y, a partir de ese momento, ya no importa que el futuro sea mejor que el pasado: como lo que espera es indefectiblemente lo peor, sólo podemos paliarlo con alguna embriaguez, automática o dirigida, que nos releve no tanto del horror actual como del infortunio a advenir. En estas circunstancias, el sujeto pierde terreno y poder. Y lo pierde a manos de las huestes de una horda que usando el saber científico igual que espadas y lanzas lo arrojan a un futuro determinista en el que la promesa de inmortalidad va de la mano de la experiencia de enfermedad incurable que solo sana la enfermedad mortal.

El inmortal es un enfermo incurable cuya felicidad estriba en lo que podría haberle pasado[2], afirma así que los únicos que mueren son los ideales; y mientras se desgañita lamentándolos a voz en cuello, no hace sino vivir a su merced, en un estado de ferocidad plena. Entretanto su conquista se limita a una lucha por cosas burdas y materiales, en un ansia de resultados del que el deseo es el ausente, por inútil, como si no se advirtiera que al echarlo del festín como a un colado de una fiesta, se arroja al entusiasmo por la misma ventana.

Algo similar ocurre con la verosimilitud, la que se prefiere a la verdad. Como esta solo actúa retroactivamente, el eterno presente no deja otro expediente que la precisión de lo probable por imposible que sea. Captar la realidad tal como ha ocurrido puede incluso ir a contramano de cómo ha sido vivida efectivamente la verdad en un instante, lo que tiene la ventaja lógica de ahogar la experiencia precisa en que se ha vivido el peligro de tornarse instrumento del discurso dominante. Solo que a fuerza de hacer de ese instante tabla rasa, el sujeto se petrifica en esa posición.

En la desesperación de la verdad toma su campo la acedía, origen de la tristeza y cimiento tanto de la cobardía moral como del confort intelectual. La dicha tristeza, que entraña asimismo una sensación subjetiva de detención del tiempo, es de alguna manera la extenuación mental del sujeto de la civilización de masas de las grandes ciudades industriales conocida como neurastenia de Beard; lo que en nuestro medio se denomina con apelativos tan diversos como depresión y ansiedad. Descripta en el medievo como un demonio que parasita el alma, en la actualidad, como un alma a la que se ha llevado algún demonio se llame como se llame aquel por cuyo partido el sujeto se haya hecho adicto, será su cuerpo el objeto de un tratamiento de redención del mal.

Al desesperar de la revolución el romanticismo puso la idea de re-producir la vida a través de la ciencia, ya sea animando lo inerte a través de la corriente galvánica, ya sea liberándola mediante la droga experimental de Dr Jekill (¿el kill será casual?). Pero la excelencia de los modernos prometeos si bien apasionada de la vida, carecía del fuego mortal de los antepasados. Junto con la invención de la vida se desvanecía la humanidad. El Dr. Frankenstein devuelve la vida a un prisionero que, condenado a muerte, había perdido su humanidad antes de perder su vida y de ningún modo puede decirse que la corriente galvánica se la haya devuelto. Antes bien y desde entonces estará en tela de juicio durante toda la trama (en el curso de la cual sólo será un emparchado de miembros como partes de una maquinaria incoordinada) y al final será posible darle muerte (¡nuevamente!) sin culpa, emoción ni castigo. Otro tanto para Mr. Hide, ese otro yo del Dr. Jekill cuyos desmanes tóxicos no lo guiarán a un final mejor.

Una vez que el triunfo de la técnica ha borrado al sujeto y a su causa, lleva al desvanecimiento una moción de humanidad. Liberado el fracaso del éxito, nunca triunfa más el psicoanálisis que al fracasar, nunca fracasa tanto lo humano como en su eficacia de máquina para la cual el tiempo no es tránsito sino un presente inmóvil… un tiempo actual cuya tempoahoralidad chupa su humanidad y oferta soluciones de succión. Mientras su casa se derrumba, el ser se chupa el dedo. Otra historia sería si se arriesgara a chuparse el dasein.

Entretanto, se vive en estado de excepción y, con tal de acceder a un sentimiento de culpa, se llega incluso a delinquir.

Cuando desde el saber científico se propone un locus corporal para lo mental, se abra una dimensión de la vida y del tiempo en cuyo tratamiento la condición humana es puesta en cuestión.
a) Héroes caídos
El B29 de reconocimiento Straight Flush abrió camino al Enola Gay y señaló el blanco: Hiroshima. Little Boy era el nombre cariñoso de la bomba que mató cerca de 100.000 civiles de un solo impacto, aunque sus víctimas totales son incalculables.
Todos los pilotos de la misión que puso fin a la guerra fueron recibidos en Estados Unidos como héroes nacionales. Pero algo anduvo mal con el piloto del Straight Flush. Se dice que Claude Eatherly no lo soportó. Se convirtió en un problema. Su renombre lo sacó de apuros varias veces pero, al fin, tras dos intentos de suicidio y varios ingresos en comisarías, fue apresado en pleno robo a mano armada. La Fuerza Aérea lo internó en un psiquiátrico donde permaneció confinado y medicado por más de una década.
Es importante para nosotros reconocer esa trayectoria, el cambio de vía que transita Eatherly -como tantos- entre el héroe, el delincuente y el enfermo. ¿Cómo se produce ese flujo entre comisaría y hospital?
En su seminario sobre “Los Anormales” Michel Foucault describe cómo la psiquiatría es llamada a resolver el nuevo gran enigma del siglo XIX: el crimen inmotivado. Una madre que mató y se comió a sus hijos o un hombre que decora paredes con tripas de un cadáver, inauguran un nuevo terreno, desconocido para el alienismo clásico. Ya no se trata del error de percepción o interpretación que se manifiesta en la alucinación o el delirio y que puede alentar crímenes 'erróneamente' motivados. Lo que está en juego ya no es la relación con la verdad. La nueva incógnita abre un campo muy diferente.
Alrededor del motor oscuro que empuja a esos crímenes sin sentido se construye un nuevo objeto para la medicina: el automatismo, el instinto, el impulso, la tendencia. Y ese objeto -objeto teórico- se extiende como reguero de pólvora. ¿Acaso no habita agazapado en cada uno de nosotros esperando liberarse? Toda una serie de caprichos inútiles, conductas inexplicables o incontrolables delatan su presencia. Así, afirma Foucault, junto con el monstruo criminal se caerán del campo del derecho una gran cantidad de 'anormalidades' que serán tomadas por la medicina.
Claude Eatherly cometió un delito un tras otro, pero algo lo mantuvo excluido del sistema de justicia. Primero, era un héroe nacional, claro. Segundo: delinquía de un modo insensato, 'no ajustado a fines'. Robaba sumas irrisorias. Usaba un revólver de juguete. No huía de la escena del crimen. Falsificaba cheques con los que hacía donativos a Hiroshima. La intención no es reconocible para la justicia y en su lugar comienza a perfilarse el objeto médico: Eatherly actuaba por impulso.
Foucault remonta una curiosa genealogía para este nuevo objeto médico que aparece en el centro del atolladero jurídico. Problemas clásicos: ¿Cómo se sentencia a un hombre cuando lleva adosado a un hermano siamés? ¿Como se aplican las leyes matrimoniales a una pareja de hermafroditas? ¿Cuántos bautismos se realizan cuando nace un bebé con dos cabezas? Las criaturas monstruosas ponen en jaque al derecho, dejan cualquier legislación fuera de juego. El instinto (pulsión, impulso o automatismo) desatado viene a ocupar exactamente ese lugar, el lugar del monstruo, donde el derecho se empantana. Aquello de la naturaleza que no puede ser absorbido por la norma.
Pero además, en algún momento de su trayectoria, el piloto se estrelló contra algo de fondo. El héroe de guerra se presentó a la audiencia por robo impugnando a gritos todos los procedimientos y clamando que él debía ser juzgado por un tribunal de guerra por el asesinato de 100.000 civiles. Si la escena cobra ribetes dantescos es justamente porque desmonta el aparato de la justicia de un solo golpe y revela la discrecionalidad desnuda en la que se asienta.
La justicia simplemente queda perforada y, como describe Foucault, la medicina es llamada a tomar el relevo. El causante pasa a manos expertas que en principio establecerán si califica o no para someterse a la justicia de los hombres. Se trata de saber si es responsable o no, si se encuentra en uso de sus facultades, si dueño de sus actos, si sabe lo que hace, si controla o está controlado por impulsos. En suma: saber si lleva el delito en sí mismo o si lo comente fuera de sí.
Y bien, la figura del drogadicto se madura en este caldo histórico. Se cae de madura. El drogadicto es la figura por excelencia del acto fuera de sí, del instinto liberado. Es el campeón del impulso irresistible. Y es el personaje que llena las comisarías sin ser jurídicamente responsable.
Las adicciones son los objetos perfectos de este moderno empalme entre medicina y derecho. Los más puramente destilados. Sin duda: son problemas propios, exclusivos de una época que se focaliza en eso.
b) “El más premiado de la morgue”
Hay una propiedad que comparten el Hombre Lobo y el Rey. Nadie puede juzgarlos pero, en cualquier momento, cualquiera puede asesinarlos.
Agamben llama a esta propiedad 'vida desnuda' y hace de ella el personaje central de su obra sobre la soberanía: Homo Sacer. Su tesis: allí donde se produce una suspensión del derecho se produce en el nivel de los sujetos la 'vida desnuda'.
Se aboca a pesquizar esa forma de vida segregada, marginal, a lo largo de la historia y a demostrar su relación estructural con el derecho. El monstruo, el proscrito, el tirano, el pirata, el héroe, son otras tantas figuras de esa vida que el derecho no termina de atrapar o expulsar de sí. Cuerpos lanzados a la fiesta de la transgresión que pueden amanecer colgados en cualquier árbol como fruta podrida. Vida soberana. Vida que no vale nada.
Habría que estar en la luna para no reconocer allí al nuevo Hombre Lobo: el drogadicto. De lejos se percibe el aroma de tendencias liberadas, animales sueltos, potencias desatadas, instintos desregulados. Un aroma poderoso, que delata la presencia de algo que es a la vez apetito y desecho.
Sin embargo hay contextos muy diferentes donde los actos comparten esta peculiar suspención del derecho. Algunos de ellos, curiosamente, le valieron a Claude Eatherly sus condecoraciones. Un soldado en plena guerra puede ser a un tiempo un pequeño déspota librado al saqueo y carne de cañón. Pero, fundamentalmente, no es dueño de sí mismo.
El piloto que sobrevuela el cielo enemigo siguiendo instrucciones dictadas por radio, no es dueño de sus actos y no sabe lo que hace. Mientras controlaba las condiciones climatológicas de los blancos posibles y daba el go head sobre Hiroshima, Eatherly no estaba bajo la influencia de impulsos incontrolables, ni bajo los efectos de sustancias. Sin embargo, indudablemente, no era conciente de las consecuencias de sus actos ni estaba sujeto al orden jurídico normal.
En su estudio sobre la vida desnuda, Agamben produce una conclusión escalofriante: Allí donde se suspende la vigencia del derecho hay un campo de concentración. Y eso sucede por todas partes. “(...) un lugar aparentemente anodino delimita en realidad un espacio en que el orden jurídico normal queda suspendido de hecho y donde el que se comentan o no atrocidades ya no es algo que dependa del derecho, sino solo del civismo...” (I p 202).
c) El campo de refugiados
En efecto, esas burbujas donde el derecho se suspende a sí mismo están por todos lados. Allí no rige la ciudadanía, por ende, todos somos deportados. Y tienen una característica muy acusada: en ellos los dilemas brotan como hongos.
Donde trabajamos es casi una rutina que, cuando un paciente plantea abandonar la internación, sus allegados increpen a la institución. Sin embargo, en cierta ocasión, los argumentos me parecieron por demás relevantes. Mientras unos clamaban que permitir la salida en su estado sería abandono de persona, otros clamaban que su retención forzada sería privación ilegítima de la libertad.
Indudablemente estos allegados preocupados tenían razón. Todos ellos. La internación es, de hecho, un refugio de vida (provisoria o definitivamente, nunca se sabe) sin ciudadanía. Se configura como una bisagra donde se enlaza el cuidado y el castigo, la medicina y la seguridad. Y se corresponde punto a punto a la estructura del campo de deportación: no porque allí se cometan atrocidades y/o se salven vidas, sino porque las decisiones que allí se toman no se sujetan a la normativa legal ordinaria. Como en la guerra o con los monstruos.
Quizás a eso se debe la pregnancia de tantas leyendas urbanas sobre psiquiátricos y comunidades terapéuticas. Sus fondos, según las murmuraciones, ocultarían sembradíos de cadáveres anónimos. En esos lugares podrían traficarse órganos, lavarse cerebros o cometerse atrocidades todavía no imaginadas. En este mismo momento, un grupo de pacientes excitados podría estar cocinando un gran guiso con las vísceras del staff.
Son fantasías bastante prudentes, después de todo, apenas pesadillas desinformadas de la historia, si tomamos en cuenta los 75.000 discapacitados físicos y mentales ejecutados en los dos años que duró el programa de eutanasia de Hadamar. Más aún, considerando que ese programa fue llevado a cabo honestamente por la mejor medicina europea. Jamás hubo noticias de que se persiguiera en Hadamar ningún beneficio ni interés más que los puramente médicos.
El campo de deportados no está en los lugares de internación. Está en cualquier parte. Pero las internaciones, por más útiles, serias y responsables que sean, también son campos. Y es necesario estar advertidos, porque esos campos están minados por un imposible: entre el abandono de persona y el abuso de poder no hay nada.

- Bibliografía:
Agamben, Giorgio: Homo Sacer I. Ed. Pre-textos, Valencia 2000.
Agamben, Giorgio: Homo Sacer III. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Ed. Pre-textos, Valencia 2000.
Benjamín Walter: Para una crítica de la violencia. Editorial Leviatán, Buenos Aires, 1995.
Benjamín Walter: Tesis sobre la filosofía de la Historia. En Ensayos (tomo I). Editora Nacional, Biblioteca de Filosofía, Madrid 2002
Foucault, Michel: Los anormales. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2000.
[1] Walter Benjamin, primera tesis de filosofía de la historia
[2] Walter Benjamin, Segunda Tesis de filosofía de la historia

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Medios de comunciación y lógicas manicomiales: el "caso" Charly García

Medios de comunicación y lógicas manicomiales.
El “caso” Charly García.

Lic. Claudia Huergo

*Psicoanalista- Integrante del Movimiento Social de Desmanicomialización y Transformación Institucional- Integrante de la Mesa de Trabajo Permanente de Salud Mental y DDHH Córdoba. Docente UNC. Fac. de Psicología. Cátedra de Psicoanálisis. psi_claudiahuergo@yahoo.com.ar

Los medios de comunicación como operadores de alta eficacia en la construcción de realidad, nos indican qué debemos sentir, qué debemos temer, y cómo tramitar las contradicciones que esta obediencia y sometimiento nos conlleva.
Las escenas que los medios componen y que nos dan a ver pueden ser calificadas de pornográfica en muchos sentidos. Pornográfica porque desviste y muestra que efectivamente para que eso funcione, como un encastre aceitado de partes, no hacen falta sujetos. Por lo tanto, hay allí un efecto de cosificación y desubjetivación. La construcción de realidad que nos proponen e imponen desde su poder hegemónico nos requiere primero como sujetos expectantes que esperan ver algo de sí en esa escena. Una vez allí, captados por la fascinación y la pregnancia de la imagen, recibimos tal impacto bajo esa forma desligante y brutal de lo que se perfila en esa edición, que casi es equiparable a una violación, repetida varias veces al día hasta que esa forma de violencia se naturaliza. El pudor, como última barrera psíquica contra el espanto es arrasado, y desde esa cosificación el sujeto se transforma en voyeur cómplice de una operatoria que lo requiere así: asintiendo a la soberanía de una imagen que dibuja contornos obscenos. Podríamos decir que a esa escena entran o son convocados sujetos, y salen –como resto- eyectos, partes, que luego vuelven a maquinarse en operaciones discursivas que intentan tramitar alguna elaboración secundaria que les permita salir del impacto y recomponerse. Quien mira eso y asiente a esa imagen, queda petrificado. Y la salida prevista por ese mecanismo perverso, el producto o resultante defensivo, es una respuesta totalitaria. Intentemos ver cómo funciona esto en la construcción de un “caso” de peligrosidad social
El “caso” Charly García
Todos fuimos convocados a presenciar uno de los consabidos espectáculos que el circo mediático nos ofrece: la construcción selectiva de la peligrosidad. Esta vez a partir del episodio sufrido por Charly Garcia. Cuando digo “episodio sufrido” digo que lo sufrido no es sólo la situación personal –crisis, descompensación, el nombre que pueda tener su padecimiento- sino el tratamiento social –mediático- que su situación personal tuvo. A través de la relevancia pública que cobró podemos considerarlo un analizador que nos muestra la activa función del discurso mediático en la construcción de uno de los pilares que sostienen las lógicas manicomiales: el imaginario social[1][1].
Las imágenes
Secuencias rápidas muestran una sucesión editada de imágenes: Charly saltando de una ventana hacia una pileta, imágenes de algunos de sus shows donde tira o rompe instrumentos, imágenes de reportajes donde responde con enojo al acoso de los periodistas, y finalmente una y otra vez la imagen de alguien reducido a despojo por sus “cuidadores”, esposado, tirado en el piso, por tierra. Cada una de estas imágenes, sacadas de su contexto, y editadas en continuidad, articulan y construyen una versión. Al impacto de las imágenes, de ese dar a ver, le sigue otra operación.
Lo que se dice
El frenesí comunicacional transitó por distintos tipos de adjetivaciones y versiones tremendistas del hecho: “esto es intolerable, pasa todo el tiempo”…. “una persona así es un peligro para sí mismo y para el resto”…. “tendría que estar atado, en estricta vigilancia”… “es una persona enferma, no puede circular libremente”… “por qué tenemos los ciudadanos que tolerar esto”….El modo de construir la peligrosidad social sin duda nos dice mucho de la sociedad en la que vivimos. Unos días previos a este suceso, muchos nos preguntamos, junto con Mariano Saravia,[2][2] “Hay una foto que no va a recorrer las redacciones y que no van a poder ver miles de argentinos: la de Menéndez y sus secuaces esposados. Es que en cualquier juicio común, cuando el acusado de cualquier delito común se levanta del banquillo es inmediatamente esposado por la policía, a veces con un circo que recuerda las películas. Y entonces cabe preguntarse, ¿por qué a una persona, acusada de delitos mucho peores, como los de lesa humanidad, no lo esposan? Se supone que es mucho más peligroso alguien que ya torturó y asesinó, que alguien que robó una cartera o un auto.”O que alguien en crisis, podríamos agregar.

Construir tolerancia hacia esa forma de segregación y violencia.

La toxicidad de esa imagen obscena, cosificante, así como la fascinación a la que el espectador queda atado, cautivo, necesita luego una cobertura racionalizante que “dé sentido” al acto de mostrar, y al acto de prestarse a ver. Y curiosamente, la coartada racionalizante toma la vía del derecho. De la ciudadanía. Cuando alguno de los comunicadores es interpelado por su participación en el tratamiento de la noticia, rápidamente busca algún otro derecho en el cual ampararse: el derecho a estar informados, derecho a la libertad de prensa, derecho porqué no a conocer la peligrosidad del otro para ponerse a resguardo. Razones de seguridad. La suma de todos nuestros miedos. En este punto, vemos que para el mercado de la producción de objetos de consumo no es un obstáculo la perspectiva del enfoque de derechos. Casi con los mismos argumentos puede fosilizar y desactivar las lecturas que resisten.

Derecho…¡al consumo?

Bajo la supuesta libertad de prensa y derecho a la libre expresión, los medios nos alientan a ser parte de un espectáculo de bajo costo donde se nos invita a ser partícipes de un consumo canibálico: “venga, pase, llévese su libra de carne. Decida si arrojamos al gladiador a los leones o no”. Una dudosa noción de ciudadanía se perfila allí. El derecho a estar seguros, protegidos de los monstruos[3][3], por el módico precio de alguna votación por sms o telefónica. Que redime o condena a un semejante. Desde la tribuna, sin moverse de su casa, puede empezar a votar[4][4].
La violencia que no se dice tal Una forma insidiosa, larvada de intolerancia comienza a crecer al amparo de estas formas racionalizadas de la operatoria perversa. Básicamente apunta contra la alteridad, contra lo otro como paradigma de lo sospechable, de lo repudiable. Por eso se construyen como respuestas totalitarias. Para enmascarar lo deleznable del acto de complicidad, es necesario reforzar el perfil amenazante de lo segregable y desechable. (en este caso, una forma de subjetividad) Se remarcan entonces una y otra vez los trazos que perfilan al otro a partir de aspectos donde predominaría la impulsividad, la violencia, la peligrosidad. Este trazado, a su vez, violenta más a quien es víctima de esa operatoria.

Abrir el círculo

No implica, de acuerdo a la lógica imperante, abrir una dependencia para tratar la discriminación en los medios. Implica cada vez movimientos mas amplios, abarcativos e integrados. Más políticos. Visibilizar las trampas en la propia subjetividad implica mostrar también cómo la subjetividad va ligada a los avatares de los procesos sociales, políticos, económicos. Hablar de lógicas manicomiales y de transformaciones posibles nos compromete entonces también con una transformación de las condiciones de existencia.
“….un nuevo enfoque de políticas de salud mental debe trascender su propio sector y comprometerse con el desarrollo de sociedades más integradas e igualitarias. La década del 90 nos ha mostrado que un modelo democrático de salud mental no es “neutral” en relación a la sociedad en donde se lleva adelante. Es decir, luchar por la desmanicomialización, la defensa de los derechos de los pacientes, la democratización de los asilos es imposible en el contexto de sociedades que generan pobreza, desigualdad, exclusión y pérdida de derechos. Por lo tanto, una propuesta de política de salud mental democrática obliga, no sólo, por convicción, sino también, por necesidad, a tener un compromiso social más amplio”. [5]






[1][1] La ideología asilar, la que segrega, encierra y custodia al enfermo mental, no es sólo la psiquiatría alienista, forma parte de la conciencia y el comportamiento social, y requiere para su abolición definitiva actuar sobre los conjuntos humanos y las configuraciones de poder. Esto es clave ya que cualquier política de Salud Mental que se proponga alternativas a la institución manicomial, debe actuar simultáneamente sobre el aparato estatal, la conciencia social espontánea y su producción imaginaria, y el dispositivo psiquiátrico-profesional…”. (E. Galende).
[2][2] http://www.eldiariodeljuicio.com.ar/cronica.shtml?x=87958
[3][3] Cfr: Michel Foucault. Los anormales.
[4][4] Cfr: César Hazaki: “Gran Hermano: el juego mediático de la exclusión”. http://www.topia.com.ar/articulos/0711-hazaki2.htm
[5] Mter. Iván Ase. “Las politicas de salud mental en Córdoba (1983-2007): Una historia ilusiones, fracasos y frustraciones[5]

Los presos de la salud mental

Los presos de la salud mental
Unas 15 mil personas están detenidas sin motivo en neuropsiquiátricos. El informe de una entidad internacional y el CELS.
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Por Pedro Lipcovich
En la Argentina hay por lo menos 15.000 personas detenidas sin razón alguna que lo justifique, y así lo reconocen los propios directores de los centros de detención que las alojan: esa cifra corresponde al 60 por ciento de los 25.000 internados en instituciones psiquiátricas, mínimo para el que los propios directores reconocen que deberían ser externados. El término “detención” es el que utiliza un detallado informe, que se presentará hoy en el Congreso y fue preparado por una entidad internacional de protección a los derechos de las personas con discapacidad mental, en colaboración con el CELS. Según el documento –al que Página/12 tuvo acceso–, “el sistema argentino de salud mental está desfasado respecto de los cambios de los últimos 30 años en el mundo” y que “la segregación de miles de personas en instituciones es una práctica prohibida por el derecho internacional”. El documento desciende a los extremos del horror patentizado en las “celdas de aislamiento”, la violencia física, los abusos sexuales, el uso disciplinario de psicofármacos o la falta de atención médica. Señala también que “la legislación argentina no cumple los requerimientos internacionales”, ya que “permite que un juez interne a una persona en un centro psiquiátrico sólo por entender que necesita asistencia’”. El informe será presentado hoy en el Congreso de la Nación.
El informe, que se presentará hoy a las 18 en el auditorio del Anexo de la Cámara de Diputados, se llama “Vidas arrasadas. La segregación de las personas en los asilos psiquiátricos argentinos” y fue elaborado por la Mental Disability Rights International (MDRI) y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). “A pesar de que en muchas partes del mundo se han clausurado los grandes asilos psiquiátricos, el 75 por ciento de las personas en el sistema de salud mental argentino se encuentra detenido en instalaciones de mil camas o más”, advierte el informe, que utiliza indistintamente los términos “personas institucionalizadas”, “internadas” o “detenidas”, de acuerdo con los estándares internacionales de derechos humanos”.
En la Unidad Penal 20, del hospital Borda, “los investigadores encontraron personas encerradas, desnudas, en celdas de aislamiento que medían metro y medio por dos metros. El personal reportó que las personas habían estado encerradas en estas celdas por períodos que iban desde diez días a más de un año; un hombre informó que estaba encerrado en una celda de aislamiento desde hacía siete meses. Otro hombre había sido detenido en una celda de aislamiento durante tres meses debido a un intento de suicidio. El personal informó que los detenidos eran desnudados ‘para prevenir el suicidio’ y que esta detención en aislamiento era usada ‘para observación de los pacientes’. Sin embargo, las celdas de aislamiento carecían de luz natural, la supuesta observación sólo hubiera sido posible a través de una minúscula mirilla y no había personal asignado, lo que hacía que una observación periódica fuera imposible”.
Además, “en la Unidad 20, los hombres detenidos informaron a los investigadores sobre situaciones de abuso físico y sexual, incluyendo violaciones, palizas y otros tipos de violencia. Dos hombres detenidos informaron haber sido ultrajados sexualmente en las celdas de aislamiento. Uno denunció haber sido violado por un guardia y que varios lo habían obligado a desfilar en ropa interior femenina y a actuar de manera afeminada para ellos”.
En el Hospital Moyano, “los investigadores recibieron informes de abuso sexual perpetrado por el personal contra las mujeres institucionalizadas”. Esta institución fue intervenida en diciembre de 2005, luego de graves denuncias públicas. “Estas denuncias se encuentran en proceso de investigación judicial”, pero en julio de 2007 “el director de Salud Mental de la ciudad de Buenos Aires, Carlos de Lajonquiere, desconocía el curso que habían seguido estas investigaciones”.
En las celdas de aislamiento de la Unidad Penal 27, del Moyano, encontraron una mujer que “había estado allí un año y medio por dificultades en su trato con las otras personas”. El informe señala que “la reclusión involuntaria prolongada y la privación sensorial puede exacerbar síntomas psiquiátricos o inducir daño psiquiátrico severo”.
En el hospital Cabred, en la provincia de Buenos Aires (“Open Door”), donde “el director informó que tres enfermeros habían sido transferidos a otros hospitales como ‘castigo’ por haber cometido abusos”: pero, señala el informe, “transferir personal de una institución a otra no implica sanción alguna y conlleva el riesgo de que hechos similares se repitan en la otra institución”.
El MRDI y el CELS denuncian también la falta de atención médica en los neuropsiquiátricos: “En la Unidad 20, como en los hospitales Diego Alcorta –provincia de Santiago del Estero–, Moyano y Borda, los investigadores observaron gran número de personas institucionalizadas con heridas abiertas o en estado de infección avanzada, dientes faltantes y algunos con extremidades con gangrena”.
Estas situaciones se dan en el marco de “condiciones antihigiénicas”, por ejemplo en el Diego Alcorta, donde “los baños estaban inutilizables” por lo cual “muchas personas internadas preferían usar las áreas verdes y los pasillos para defecar y orinar”.
Un rasgo generalizado fue que “las personas institucionalizadas no reciben rehabilitación”. En los hospitales Borda, Moyano, Estévez, Domingo Cabred y Diego Alcorta, los investigadores encontraron “una inactividad generalizadas. Un importante número de personas estaban acostadas sobre sus camas o en el piso, completamente ociosas”. También observan que “las medicaciones psicofarmacológicas son utilizadas como herramienta de disciplinamiento y control”.
Según el informe, “la legislación argentina está muy lejos de cumplir los requerimientos establecidos por los estándares internacionales”, ya que “las leyes nacionales permiten la internación de aquellos que pudieran ‘afectar la tranquilidad pública’ y no establecen mecanismos que les garanticen una audiencia dentro de un período razonable, el derecho a ser representado por un defensor, ni el examen periódico de las internaciones por parte de un órgano independiente e imparcial”.
Según destacan, “el artículo 482 del Código Civil utiliza el término ‘demente’, que nunca llega a definir, es extremadamente ambiguo y altamente estigmatizante”; además, “permiten internar a personas que pudieran ‘afectar la tranquilidad pública’ o que tuvieran problemas de abuso de sustancias o de alcohol”, e incluso “autoriza a un juez a internar a una persona en un centro psiquiátrico sólo por entender que ‘necesita asistencia’”. Los investigadores advierten que “cuando la internación psiquiátrica no se limita estrictamente a casos de personas en peligro inminente de dañarse a sí mismas o a otras, se corre el riesgo de cometer graves abusos”. Incluso “familiares y vecinos ‘incomodados’ pueden solicitar ante un juez la internación coactiva de un individuo” y para estas personas el Código “no provee el derecho a ser juzgado dentro de un plazo razonable, ante un tribunal independiente e imparcial”.
La Ley de Salud Mental 448, de la ciudad de Buenos Aires, si bien “contiene sólidas garantías que abogan por los derechos de las personas con discapacidades mentales, sin embargo no protege adecuadamente contra la detención arbitraria”. Para colmo, “no existe verdadera representación legal para individuos internados en instituciones psiquiátricas”.
Y si las personas internadas denuncian lo que les pasa no se les cree: “Cuando los individuos diagnosticados con una enfermedad mental denuncian lo que ocurre, generalmente son tratados como si estuvieran delirando”.
El documento exige la sanción de una ley marco nacional de salud mental, entre cuyos principios debería incluirse el derecho a revisión judicial de todas las internaciones involuntarias por una autoridad independiente dentro de las 72 horas; la revisión periódica de las internaciones involuntarias por un órgano independiente; el derecho a contar con representación legal para los internados, y exige que los fiscales investiguen las “condiciones abusivas en los hospitales Diego Alcorta, Moyano y en la Unidad 20”.
“Podrían estar en libertad”
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“Lo que más nos llamó la atención en la Argentina es la enorme cantidad de personas encerradas en institutos psiquiátricos que fácilmente podrían estar en libertad –señaló Alison Hillman, directora para las Américas de Mental Disability Rights International (MDRI)–: casi todos los directores de hospitales y jefes de servicio nos dijeron que entre el 60 y el 90 por ciento de las personas internadas podrían estar en la comunidad si hubiera formas de soporte como casas de medio camino, centros de día, programas de rehabilitación. El promedio de institucionalización es de nueve años, y el 80 por ciento permanece más de un año. Es claro que, cuando una persona está tanto tiempo segregada, en un ambiente tan controlado, su discapacidad, si la tiene, se incrementa.” Roxana Amendolaro, coordinadora del equipo de salud mental del CELS, destacó “el énfasis puesto en rescatar todas las voces de los involucrados: funcionarios, autoridades de instituciones, profesionales, familiares y las propias personas institucionalizadas, cuyo testimonio debe ser tomado en cuenta”.